Gracias Señor por amarme. No sé que ves en mí, pero gracias por tenerme en cuenta.
Por verter a raudales tu amor y hacer que mi aljibe rebose.
No entiendo a que se debe tanto derroche de cariño, está claro que tú eres Dios, y yo sólo soy mujer.
Aún así, sin entender los motivos que te mueven a quererme, me estremezco al comprobar la ternura que manifiestas para conmigo.
Alcanzo a comprender que tu misericordia es tan grande que gracias a ella se beneficia la humanidad, pero sigo sin entender que has visto en mí.
Cierro los ojos y te invoco.
Entono una oración pausada en la que sin miedo expreso cuanto por ti siento. Elevo una acompasada melodía de adoración en la que cada nota aporta el ungüento oleoso que deseo derramar a tus pies. Gracias por amarme.
Gracias por aguantar mi terquedad, la impaciencia de un ser que acostumbra a correr cuando le pides que esté en quietud, que alza la voz cuando demandas silencio.
Tus razones no pueden ser razonadas pues sobrepasan el entendimiento humano, es por ello que no intento buscar el porqué de tu ternura, simplemente me dejo abrazar, cubierta por el delicado tacto de tu bondad.
Cierro los ojos y te invoco
Eres fresca brisa que abanica las acaloradas horas de desaciertos que embisten cada día la vida de una mujer que sorprendida y emocionada se pregunta: Dios mío ¿Qué has visto en mí?
Fuente: integridad.com
Por: Yolanda Tamayo
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