¿Por qué la emoción de volar tiene que comenzar con el miedo de caer? pensó ella. El nido estaba colocado bien en el alto de un pico rocoso. Abajo, solamente el abismo y el aire para sustentar las alas de los hijos. ¿Y si justamente ahora esto no funcionase? pensó ella…
A pesar del miedo, el águila sabía que aquel era el momento. Su misión estaba presta a ser completada; restaba todavía una tarea final: el empujón.
El águila se llenó de coraje. Mientras sus hijos no descubriesen sus alas no habría propósito para sus vidas. Mientras ellos no aprendieran a volar no comprenderían el privilegio que era nacer águila.
El empujón era el mejor regalo que ella podía ofrecerles. Era su supremo acto de amor. Entonces, uno a uno, ella los precipitó hacia el abismo.
¡¡Y ellos volaron!!
A veces, en nuestras vidas, las circunstancias hacen el papel del águila. Son ellas las que nos empujan hacia el abismo. Y quien sabe...
Tal vez sean ellas, las propias circunstancias, las que nos hacen descubrir que tenemos alas para volar...
Que hermosa comparación, no entendemos muchas veces los reveses que trae la vida, pero cuando lo comprendemos damos gracias a Dios por ellos, nos aportan mucho conocimiento y madurez y es cuando podemos dar fruto, así como estos pichones aprendieron a volar, vuela tu en la libertad que da Cristo y depende de Su amor y gracia que tiene cada día, Su cuidado es el mas tierno y nos entiende como nadie, por eso se hizo hombre.
Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Rom. 8:28.
Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna. Sant. 1:2-4.
Fuente:
Parameditar.com
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