El único sobreviviente de un naufragio llegó a la playa de una diminuta y deshabitada isla. Pidió fervientemente a Dios ser rescatado, y cada día escudriñaba el horizonte buscando ayuda, pero no parecía llegar. Cansado, finalmente optó por construirse una cabaña de madera para protegerse y almacenar sus pocas pertenencias. Entonces, un día, tras merodear por la isla en busca de alimento, regresó a su casa sólo para encontrar su cabañita envuelta en llamas, con el humo ascendiendo hasta el cielo.
Lo peor había ocurrido: lo había perdido todo. Quedó anonadado de tristeza y rabia: «Dios mío, ¿Cómo pudiste hacerme esto?» se lamentó. Sin embargo, al día siguiente fue despertado por el ruido de un barco que se acercaba a la isla. Habían venido a rescatarlo.
— ¿Cómo supieron que estaba aquí? – preguntó a sus salvadores.—
Vimos su señal de humo – contestaron ellos.
La próxima vez que tu cabaña se vuelva humo, recuerda que puede ser la señal de que la ayuda y gracia de Dios viene en camino.
Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.
¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Rom. 8:28-31-35.
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